lunes, 30 de marzo de 2009

Aromas Extaños

Resulta que un día voy a los videojuegos que estaban a la vuelta en la esquina, y estaba este pibe que, era una pendejo bastante insolente de niño, que interceptaba a quienes queríamos disfrutar una fichita en el pacman y te decía, mirá que olor tengo en el ombligo, y te quería clavar un dedo en la nariz habiéndose, previamente y a la vista de todos, escarvado el ombligo.

Tuve suerte de haberle detenido a tiempo y zafé que me metiera el dedo en la napia pero el que estaba atrás mio no, y le olió bien olido la punta del dedo. Calculo que la falange entró prácticamente hasta el lobulo frontal. Y arrugando la nariz, decian, quienes eran víctima de la violacion de nariz: "Pero qué olor!"

El pibe reía junto a su amiguito cómplice con risas de picardia malvada.

Y claro, desde un punto en el que no me veía dentro del salon de videojuegos, resulta que lo vengo a descubrir que se cicoteaba el anillo de cuero con el dedo, y hacia con mímica que se lo sacaba del ombligo. Y justo antes que su victima pudiera reaccionar, en un inminenete ataque relápago: ¡¡¡Pumba!!! Directo a la fosa nasal.

Nadie lo detuvo entonces. Y nadie lo detendrá jamás.

FIN.

Noche de Pasiones

Esta es una historia real pero con nombres ficticios para tapar la identidad de los desacatados.

Resulta que hace unos años un muchacho de la ciudad salió del trabajo y se disponía a volver a su casa. Pero en un momento se encuentró con un amor de antaño y ahí le cambió la vida... por un rato.

Se amaron entre tiernos besos en una fría noche invernal en donde una estufa caletaba lo mismo que un cubito de hielo calienta a un foca. Hasta que al muchacho lo empezaron a incomodar los besos de ella. Ay! pero esta tiene la legua rasposa como un gato. En efecto, su lengua era lija pura. Después de los besos pensó en ofrecerla a la vidriería de la vuelta para suavisar los bordes de los cristales.

Bueno, en resumidas cuentas, la relación duró lo que un pedo en el aire. Y podría decirse que este dicho encierra una verdad absoluta. Ahora también podría decirse que fue por causa de un pedo que la relación fracasó y se esfumó como un gas en el aire.

El principio del final se dio una fresca noche en el departamento de..., llamemosla Señorita F, quien le ofreció una cena destacada, compuesta de una redonda de cantimpalo con aceitunas negras y mucho condimento de pizza y un vasito de Cobola, la coca de la clase trabajadora.

Mientras los palominos se chupaban sus aceitosos dedos, la hermana de la Señorita F, declaró después de un largo bostezo "Me voy al sobre!". Dicho esto, dirijióse al baño donde tronó un clarísmo concierto de destape de gaseoducto.

Mientras tanto los tortólitos se sentaron en el diván luego de tener una seria disputa con el gato de la mujer, quien le dejó sus marcas en la piel. Ella le mesó el cabello con sus manos grasas, y presta a entregarse a él con indirectas dijo:

Ay! Qué calor que hace acá!
Listoooo..., pensó el muchacho airado y triunfal.

Y al punto estaban en el diván el uno encima de la otra meta intercambiar fluídos. Y hasta ahí todo bien, salvando el inconveniente aquel de la "rasposidad lengual". Ya a esta altura él estaba por ofrecerla a la carpintería de Don Garamuzza como escofina de primera. Mas ni bien los besos se prolongaron, al cabo de unos minutos los sonoros y poco melodiosos ronquidos de la hermana de la Señorita F se dejaron oír. Ronquidos acompañados por toses y casuales ahogos por llenársele la boca de saliva.

Esa noche era perfecta, y lo fue aun más cuando ella, envolvió entre sus carnosos labios el falo del muchacho. La Señorita F ejercía una constante succión en el miembro del muchacho. Como dice un conocido artista platense, podría decirse que parecía una poderosa máquina de succión. Casi industrial. Y de pronto se vio transportado por maravillosos mundos y paisajes exóticos, donde duendes de zapatos de grandes hebilla y sombreros adornados de tréboles, danzaban mientras lanzaban monedas de oro de sus calderitos al final del arcoiris. Hola, señor Duende, decía él. Hola, Pibe, decían los duendes. ¿No tené un pesito pá' la birra? ¿No me convidá una naranja? Dame una moneda o te quemo, loco...

Y de pronto ella sugiere una posición para pasar a la segunda fase.

— Perrito — dice ella clavandole un forro en el bicho.

Y así, ella de cara a la pared, él la penetra como un enamorado de la carne transpirada. Pero mientras el acto se consagraba, de pronto el anillo de cuero sufrió una convulsión y tras salir una gota de un licor de tinte amarronado, se creó ante sus desventurados ojos una aureola de gas, envidia de los fumadores inexpertos, que pulverizó la situación. La nube de dulce hedor fecal fue literalmente fumada por él. Y como una especie de grito sin final en su cabeza rompiendo los vidrios de la realidad, provocó que automáticamente la erección quedara anulada. Tras lo cual el muchacho vióse imposibilitado de seguir el tranco, ya que su coso se iba desinflando dentro del preservativo.

Y así tuvo que aplicar una costumbre que es auténticamente femenina. Tuvo que finjir un orgasmo. Tras gritar:

AHHH! Me vino!! —. Corrió, enredandose entre los lienzos hacia el tocador y hacer fuerza para no tratar de vomitar.

Fin de la relación.

Fah! Esta es la moraleja: No hay que huirle al jaboncito después de caquear el inodoro porque la transpiración hacen de esa dura cascarria uno de los más resbalosos potajes jamás hechos por Dios.