lunes, 20 de abril de 2009

Una Travesura Cara

Esta es una historia de la vida real. Es sobre dos personas que habitan nuestra maravillosa ciudad. Ella, una mujer de oficina que durante el día actúa como una grandísima marmota frígida, pero que durante las noches, y sobre todo cuando la sacan a tomar algo, parece que la muy zorra se vuelve una maniática del sexo brutal. Él, un tipo común y corriente, de esos al que una persona no miraría más que al pasar para luego olvidarla un metro más adelante, que le gusta el maní en la cerveza y ver como sube con las burbujas, que ama los partidos de tejo en la playa, sobre todo cuando se llena de cincuentonas con mayas que mejor ni hablar, porque prefiero ver una cirujía de cerebro, y que le gustan muchos los canelones de ricota con tuco, pero con auto muy caro.

Según me contó la mujer del amigo de un primo mío, esta es una historia que le sucedió a un conocido de la amiga de un tío lejano suyo. Lo cual deja plenamente abierta la posibilidad de que la historia en sí se haya tergiversado un poco.

Resulta que la pareja ésta pongámosle, Roberto y Amalia, una noche se encuentran en algún lugar. Él la sube a su vehículo caro que la transporta a un mundo de maravillas polarizadas.

Salen.

Beben.

Se ríen. “Jajaja, pero qué gracioso lo que me decís...” Tapándose la boca para no mostrar alguna posible pielcita de maní enredada entre las teclas. Y de repente. OPAH!!! Una mano loquilla se desliza como si la cosa por la pierna de ella.

Mmmhh..., piensa ella. Y haciéndose la desinteresada lo mira entre picarona y alerta. Obviamente a ella se le hace agua la entrepierna. Y bueno, en un momento determinado, los ánimos se caldean, se pone todo muy bizarramente caliente, el corazón bombea muy rápido, la adrenalina golpea el pecho, y las zonas erógenas de ambos se ponen eléctricas.

Pagan y se van a casa.

Mientras viajan en su auto caro, ella le calienta la molleja, él le calienta el moño. El calor sube. Y entonces, y sin ningún reparo, le hace un perico mientras manejan por la ciudad en un auténtico pete-tour.

En un momento, paran en una de esas plazas que no tienen mucha iluminación, y atención acá lectores.

En medio del coito, ella le dice “No, no, dejame que te muestro algo.” Se levanta y, haciendo uso de su parte más morbosa, es sacudida por un intenso deseo del sadomasoquismo más brutal, evidia de Marqués de Sade... Se sienta sobre la palanca de cambios y se la introduce en el ano; y tras un movimiento de denotada estupìdez, resbala, se va hacia un costado y se raja literalmente el recto en lonjas. Y entre gritos y efusivas maniobras logran llegar al hospital más cercano.

Ahora, habiendo perdido mucha sangre y recibido una sutura de trece puntos, la historia concluye en que el marido de la mujer, que no era justamente el dueño del auto, debe abonar los gastos de la operación como el Soberano Indiscutible del Inmenso Reino de los Pelotudos y llevársela a casita para atenderla.

Se imaginan que luego de firmar los gastos por un ojete suturado, tuvo que firmar el divorcio.

Fin de la historia.

4 comentarios:

  1. Humor grafico
    http://elchanchodelata.blogspot.com/

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  2. Incoherente no? Bueno la vida es asi, hay gente pa todo
    Pijas y tetas por doquier!!!!!

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  3. Yo esta historia la escuche, pero no sabia que habia terminado surcida en el hospital, pero los hospitales no son gratis????
    Aguante Michael Moore

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  4. no, no. si es una clinica privada, tenes que garpar. Igual como que no se sabe bien qué pasó---

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